Fachada de Iglesia San Agustin, óleo sobre lienzo
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Marilya Hinostroza nació en Huacrapuquio, Huancayo en 1990 y desde la infancia mostró interés por el arte. En el 2006 ingresa al taller del profesor Juan Villacorta Paredes. Posteriormente estudia en la Escuela Nacional de Bellas Artes (2008-2013) egresando con la Medalla de Plata en Pintura. Ha recibido diversos reconocimientos y ha sido seleccionada en diferentes concursos de arte.
Es ahora cuando, el día 07 de noviembre en el Latino Art Museum de California, Estados Unidos se inaugurará la exposición “Adagio” primera muestra individual de la artista peruana Marilya Hinostroza.
Lanla, óleo sobre lienzo
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Acerca de la obra de Marilya escribe el pintor Iván Fernández-Dávila, curador de la exposición:
En Adagio, su primera individual, Marilya Hinostroza presenta diecisiete pinturas de mediano formato: Once paisajes y seis bodegones. Todas las piezas pintadas del natural, directamente frente al motivo. En el interior de su taller en el caso de las naturalezas muertas y en plein air en el caso de los paisajes. Es inusual este tipo de actitud pictórica frente al motivo en estos días, en especial para un artista joven.
Marilya posee la destreza, la concentración y la técnica para conseguir el objetivo plástico, sin embargo se requiere algo más que esas condiciones para impregnar otra cosa que la mera apariencia en una pintura. Ese algo más, en el caso de Marilya, es el tono elegíaco ostensible en cada una de sus composiciones.
Posa su mirada sobre objetos sencillos, humildes, descartables y sin embargo, reflexionando en ellos, veremos que son necesarios, importantes, claves. Ahí están los utensilios de cocina, la sartén con el pescado terminando de freírse, que servirá de alimento y que ha pintado con paciencia, con cariño, casi con agradecimiento; el mantel para compartir con los seres queridos ausentes o presentes en su memoria, las frutas, la cebolla para el almuerzo, el botellón para guardar el agua.
Palacio Arzobispal de Lima, óleo sobre lienzo.
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Hinostroza recurre a la patria de la infancia en sus imágenes retroalimentando el presente. El contraste de una ciudad agresiva y apagada como Lima frente a los verdes y la luz de la Sierra. La amplitud y la luminosidad de los paisajes, es verdad, pero también la desolación y el tedio hasta cierto punto. Ahí están su “Cielo intenso”, la “Pampa grande”, “Paisaje en los Andes”, contrastados con la imagen gris, asfixiante de su “Costa Verde” o el “Palacio Arzobispal”. Es la mirada del migrante extrañado, que vive escindido entre el cuerpo presente y la memoria, además con el mérito de no recurrir a obviedades ni estridencias tan en boga.
Estas pinturas nos presentan a una personalidad más bien solitaria y ensimismada, melancólica y sumamente sensible, herida, por eso es que a pesar de no aparecer ni un solo ser humano en estos óleos, la humanidad que transmiten es abrumadora. Al final, es el peso del artista, la profundidad de su ser, de su estar en el Mundo, lo que determina el peso y la profundidad de la obra de arte, más allá de lo representado. Esto es lo que hace que una pintura sea Arte y se aleje de la mera decoración, del mero esteticismo: su ansia profunda de verdad, de belleza, que son lo mismo.