Restaurante L’Ambroisie, Paris.
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Hola Juan,
No quiero empezar está carta preguntándote ¿Cómo estás? Porque estoy segura de que estas muy bien. Me enteré que te fuiste a vivir fuera, que te hicieron una fiesta de despedida en casa de tus padres a la cual no asistí, porque no me invitaron, quizás me haya enterado muy tarde o nunca llegase la invitación. No lo sé. Me hubiera encantada poder asistir a tu fiesta y poder despedirme de ti. Más bien me hubiera gustado darte un fuerte abrazo, un beso de esos eternos que te convenzan de que soy yo la mujer de tu vida pero sinceramente solo hubiera querido que me lleves de la mano a conocer Paris. Te prometo que crucé los dedos, apreté mis ojos muy muy fuerte y desee que no fuera cierto lo que mis oídos escuchaban de ti. Te has ido, así sin más. No pasaste por mi ventana, no llamaste ni dejaste un mensaje, simplemente te fuiste. Como se va el hambre cuando comes, como se va el frío cuando llega el verano, como se van las libres golondrinas por el horizonte.
Te has ido con todos nuestros sueños. Habíamos hablado de este momento tantas veces. Recuerdo todas esas tardes en mi departamento de Miraflores, mientras yo hacía panqueques y tú echabas el azúcar. Pienso en todas esas tardes debajo de las sabanas, mirándonos las caras, contándonos los lunares y soñando en cruzar juntos el charco. El charco que acabas de cruzar tú solo.
Desde que me entere de tu partida, llevo puesto el vestido a rayas, azul marino que me regalo tu madre en las últimas navidades. Si, ese vestido de estilo francés que tanto me gustaba. El vestido a rayas con aire parisino que pretendía estrenar contigo, en un baile romántico al lado del Sena y ver la noche estrellada.
No quiero acabar está carta deseándote un lindo verano en Provenza.
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